jueves, 18 de septiembre de 2014

Las leyes sociales y la regularidad del cambio

El subjetivismo en el análisis del cambio social se ha enseñoreado no sólo de la conciencia del pueblo sino de la mente de muchos científicos; atribuye el cambio social a la acción de grandes hombres, a su inteligencia o torpeza, audacia, bondad o maldad; en fin, a factores de orden subjetivo, que, puestos en juego determinan rumbo y destino de los pueblos. 

De igual forma, se cree que las políticas públicas “hacen” la economía y la sociedad entera. Por su parte, los gobernantes incurren en el mismo error cuando pretenden que son los “agitadores”, “los eternos inconformes”, los “chantajistas” o inadaptados sociales, quienes con sus prédicas soliviantan a la población, misma que, en estricto sentido, no tendría motivos propios de inconformidad, de donde ésta no nace de la realidad sino de la mente de quienes artificialmente la crean. 

Cuestionando esta visión, desde mediados del siglo XIX la Economía política dio cima a un enfoque científico que concibe al universo entero regido por leyes, a lo cual no escapa el movimiento social; obviamente, no nos referimos a las que hacen los diputados sino a las que existen en la realidad misma y regulan su devenir. Esta visión postula el automovimiento: que las cosas y fenómenos se mueven por sí mismos, impulsados por fuerzas internas, nacidas de sus propias contradicciones. 

Explica el movimiento social por la acción de leyes científicas, hechos necesarios y reiterados, algunos de alcance universal, como la existencia de contrarios en todo lo existente o la de causa y efecto; en las ciencias particulares la conservación de la materia y la energía o la de los gases; en genética, las leyes de Mendel, que regulan la herencia y la variación, etcétera. Las leyes son objetivas: existen y operan aunque no se las conozca ni se las desee, y es imposible impedir su acción. Muchas de ellas, las que regulan las formas fundamentales del movimiento, han operado desde el origen mismo del universo, antes de que el hombre existiera y tuviera conciencia de ellas. En este tenor, el objeto de las ciencias, incluidas las sociales, es conocerlas y manejarlas en beneficio de la humanidad. 

Así pues, aunque a veces no se vea, y parezca que reinan el caos y los caprichos personales, la sociedad, como el universo entero, está sujeta a un orden determinado por la acción de leyes, y conocerlo es poder dominar la naturaleza y el movimiento social mismo. A título de ejemplo: la ley de la competencia, la acumulación capitalista, algunas particulares como la progresiva urbanización demográfica; en fin, la oferta y la demanda en los mercados. 

Bien vistas las cosas, este enfoque no deja toda la determinación del cambio a la acción de la mente de los próceres; no la descarta, pero sí la dimensiona en sus justos términos y no la convierte en el factor primigenio y determinante del cambio, sino en un componente muy importante, sí, pero de alguna manera derivado. Ciertamente las ideas son imprescindibles, pues por el cerebro humano debe pasar el movimiento social, pero operan en determinadas circunstancias y en el contexto de ciertas tendencias, y sólo cuando éstas son favorables y están maduras, las ideas germinan y mueven pueblos.

Conocer las leyes ofrece certidumbre, una base segura para explicar los fenómenos sociales en su regularidad y reiteración, y permite distinguir el orden tras el aparente caos de ideas, caprichos, denominaciones absurdas y ocurrencias, cortinas de humo que ocultan la realidad en sus esencias ante los ojos de la sociedad; permite comprender las tendencias y la lógica de los procesos, y así orientar la acción de los hombres. 

Innumerables son los ejemplos de teorías que oscurecen la realidad en cuanto al sentido del movimiento social; por ejemplo, la Teoría cíclica de la historia de Oswald Spengler, que concibe la evolución de las civilizaciones en forma circular, como un eterno retorno al origen; o Francis Fukuyama, quien en El fin de la historia plantea que con la economía liberal norteamericana la historia culmina y alcanza un non plus ultra infranqueable, descartando así toda expectativa de progreso hacia estadios superiores; otras teorías postulan el apocalipsis y el fatalismo, pues ven en el cambio una tendencia decadente, y auguran a la humanidad un porvenir sombrío, de colapso del medio ambiente y degeneración social, hasta su autodestrucción misma. 

Pero contra esta visión se alza la filosofía de Hegel, que descubre una tendencia progresista en el movimiento, de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior, no obstante sus retrocesos momentáneos. Pero volviendo al papel de las leyes en el cambio social, cabe aclarar que éste no ocurre como en la naturaleza, espontáneamente, como sobreviene un sismo o la erupción de un volcán. 

Las leyes sociales se abren paso mediante la acción consciente de los hombres; deben pasar por la mente, donde la realidad se metamorfosea, convirtiéndose en idea, que en su contenido es una reformulación de la vida misma, su reflejo en el cerebro humano, donde adquiere la forma de propuesta política o filosófica. Sólo así se comprende el éxito de determinadas ideas en determinado momento histórico, pues en su esencia son expresión de necesidades y contradicciones sociales, y formulan rutas y medios para el cambio. Es la realidad misma la que genera a la idea y ésta última actúa de regreso incidiendo sobre ella. 

Por eso, por más que los defensores del statu quo impongan barreras legales y castigos, campañas propagandísticas o enajenación masiva, el progreso social hacia niveles de desarrollo superiores es inexorable; brota de la realidad misma, y no puede impedirse, ni tampoco, ciertamente, realizarse al momento sólo por mera voluntad como otros pretenden, en actitud igualmente subjetivista. 

En fin, es un error culpar a tal o cual persona de fenómenos que tienen profundas raíces estructurales, pues significa negar el automovimiento social, su causalidad objetiva y las leyes que lo regulan; lo importante es conocerlas para manejarlas en un esfuerzo racional por impulsar el cambio hacia niveles de progreso social que permitan superar la barbarie que hoy sufre la humanidad, la pobreza, la ignorancia y la enfermedad. Conocer la objetividad de los procesos no implica quedar a la espera pasiva de que ocurran los cambios; permite tener conciencia de su dinámica y orientar la acción de los sectores sociales marginados en la construcción de un mundo mejor.